Había una vez, una ciudad muy muy pequeña, pero con egos muy muy grandes
Dos trogloditas completamente pasados de hongos mágicos discutían muy acaloradamente por quién había comido más trufas. De pronto, uno de los individuos tomando una piedra ataca salvajemente a su compañero dejándolo medio muerto en un charco de sangre. Miles de visiones vinieron al desgraciado que se encontraba tendido en el suelo. En un instante, ante sus ojos se refleja el valle del Nilo y sus enormes edificaciones piramidales acompañadas de pinturas decorativas y grandes monumentos a dioses con personalidad animal. Habitaría luego en una ciudad mágica poseedora de un gran jardín, a la vez, adornada de gigantes de piedra como Gilgamesh. En un pestañeo de sus ensangrentados ojos presenciaba en sus manos, manuscritos miniados llenos de decoraciones y pinturas referentes a las “Campañas de Ciro”. Un salto cósmico guiaba a nuestro viajero ante un aedo que recita ante el populacho fragmentos de los versos de Homero, siendo una apología al héroe “Ayax”. Ahora era un plebeyo de la milenar